Ayer por la noche me trajeron un gladiador a palacio. Su nombre, según dijo, era Aulus Furii Marius, lo que denotaba el reconocimiento social del que debía disfrutar en Roma. A juzgar por su nombre debía ser un hombre famoso, un gran guerrero. Me sorprendió encontrarlo arrodillado, con la cabeza baja, como si se sintiese derrotado; un gladiador romano arrodillado en el palacio de Isis.
Tendría unos 20 años. Era hermoso. Descalzo, llevaba un subligaculum, una túnica de algodón, sujeta con un cinturón de cuero. Su cuerpo era robusto y sus manos grandes y fuertes. Su rostro denotaba fortaleza y valentía, pero también dulzura y estaba surcado de un gran cansancio y preocupación. Sus ojos eran poderosos, llenos de vida, y su pelo, de negro azabache, le caía ensortijado sobre los hombros.
– Habla – Le dije.
– Mi señora – contestó él- me atrevo a solicitaros, con gran respeto, que me aceptéis como esclavo en vuestro palacio.-
No dije nada en aquél momento. No puedo describir la sorpresa que me causaba ver aquél escenario. Preferí emplear unos minutos en pensar sobre lo que estaba sucediendo. Era excitante y triste a la vez ver un guerrero arrodillado rogando ser esclavo. Me lo imaginé en pleno combate.
– ¿Porqué un guerrero como tú querría servir en el palacio de la reina de Egipto? Tú, por lo que veo, acostumbrado a luchar en juegos gladiatorios, a pelear contra bestias y contra hombres armados de tridentes y lanzas, serás un hombre afortunado y reconocido en tu país. ¿Porqué querrías servir a la reina de la tierra que tu pueblo tanto odia?-
Callaba y temblaba. Miraba al suelo. Con un gesto de mi mano despedí a todos presentes en la sala, aproximadamente unas 10 personas. Miré a Hammal que me observaba desde el fondo, preocupado. Aprobé con la cabeza. Se acercó al romano y tras atarle las manos fuertemente, salió de la estancia cerrando la enorme puerta de alabastro tras de sí.
El gladiador seguía de rodillas en el suelo, inmóvil, callado. Comencé a caminar lentamente alrededor de él, observándole. Le volví a preguntar.
– Habla –
– Mi señora, sinceramente nunca creí que me vería en esta situación. –
El gladiador me relató el motivo de su petición. Me contó cómo había nacido esclavo y como su amo le vendió con 10 años a una familia del pueblo hispano de Astúrica Augusta. Casi pude observar en sus ojos como con 14 años se convirtió en gladiador y cómo por su valentía y resistencia obtuvo un gran reconocimiento de su pueblo, hasta el punto de llegar a ganar su libertad y ser conocido casi como un héroe. Esto le llevó a una gran cercanía con el emperador que fue finalmente el motivo de su huida. Estuvo hablando durante horas. Sin entrar en detalles, aquél romano quería hacerme creer que estaba huyendo porque habían puesto un precio muy alto a su cabeza. Sin embargo, yo sabía que había algo más.
Me quedé en silencio durante unos minutos. Seguía arrodillado sin levantar la cabeza. Me acerqué a él y le pedí que levantase la mirada. Le miré a los ojos fijamente durante varios segundos.
–¿Acaso no huyes de tu tierra por lo que los tuyos consideran una deshonra para ellos? Responde, ¿por qué quieres ser esclavo en mi palacio?– le dije.
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Diosa Isis |
No había dolor en su mirada cuando escuchó estas palabras. Fuese por el motivo que fuese, aquél guerrero parecía cualquier otra cosa menos un romano. Me daba incluso la sensación de percibir, en él, cierto odio hacia su pueblo. Y a la vez, percibía algo más en su mirada… Era como si intentase… llamar mi atención. Sin embargo, seguía esposado, de rodillas, en actitud de sumisión.
– Porque sé que sois Isis.- Respondió.
No pude reprimir una carcajada que me sorprendió.
– Es increíble que esperes que yo crea que entiendes lo que eso significa.- Le dije. – ¿Acaso sabes, inconsciente, quién es la diosa que estás nombrando?-
Bajó la mirada para decir: – A riesgo de que me matéis, sí, mi Señora, lo sé.-
Es cierto que el guerrero, por alguna extraña razón llamaba ligeramente mi atención y que su odio por el imperio romano me causaba cierta simpatía, sin embargo, me sentí profundamente indignada por las palabras que había pronunciado. No era posible que un esclavo romano, que había crecido en Hispania y que había vivido una vida lujosa por su éxito en los juegos gladiatorios, supiese quién era la gran Diosa Isis y qué representaba, o al menos, tuviese una ligera idea.
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Nudo de Isis |
Me situé frente a él y coloqué, a la altura de sus labios, el nudo de Isis. El guerrero besó mi pecho derecho, situando mi pezón entre sus labios con dulzura. Me sorprendió tanto que tuve un derramamiento.
Al cabo de unos minutos de silencio, le hablé. -Si quieres ser mi esclavo tendré que ponerte un nombre.- Asintió con la cabeza, liberando mi pecho de su boca. – Te llamaré «Ademar (*1)«.-
Abrí la puerta y salí al jardín donde me senté con Hammal que se encontraba reposando en unos cojines, bebiendo té. Estaba mirando los juegos de los monos.
Cogí un dátil y lo acerqué a uno de ellos. El animal se lo comió sin miramientos y nosotros le observamos durante el proceso como si hubiese sido un gran acontecimiento. – Se llama Ademar,- le dije.- No quiero que esté solo estos primeros días.-
Hammal no tenía porqué ocultar su asombro ante mi, podría, si hubiera querido, haberme dicho que le parecía la peor idea del mundo… pero aún así, no dijo nada. Yo noté su sorpresa y el notó que yo la noté. Pero no dijimos nada, no movimos ni un músculo. Hammal también sabía que el hecho de que éstos fueran los primeros días de Ademar en palacio no era un motivo suficiente para que no estuviera solo, o dicho de otra forma, para que siempre hubiese alguien con él. Había algo más.
(*1) De origen latino y germánico. Significa «El que es ilustre por sus luchas».