Bitácora de Selene; II (2º parte) – Iris frío, lluvia de leche

Apareció como un demonio. Le vi materializarse entre un grupo de mujeres que bailaban denudas y se reían a carcajadas. Era alto y fuerte. Me miraba fijamente desde unos ojos claros como el cielo, fríos como el hielo. Avanzaba hacia mi con determinación, sin vacilar, con una expresión firme en su rostro. Me gustaba mirar sus piernas, eran fuertes, de guerrero. Quise sonreír pero no pude; había cierta frialdad en esa determinación, podías ver que tenía una idea fija en su mente, una idea que para él debía ser muy clara; no había más.

Grabado egipcio

Caminaba deprisa y a mi me gustaba mirarlo. Finalmente pude sonreír levemente y, sin embargo, él seguía mirándome fijamente, totalmente serio. Disfrute de esos segundos como un animal que espera saltar sobre su presa, disfrutando del ritual, no sólo por lo que ya sabía que iba a suceder, si no porque conocía perfectamente la jugada y eso hacía que sintiese el control sobre la situación, excitándome aún más. Me gustaba jugar con esa mirada.

Cuando llegó hasta mi, aún me quede quieta unos segundos, mirándole a los ojos y sonriendo. No había palabras. Sólo había carne. Y allí, entre cientos de personas, espíritus, incienso, música, todos bailando en un compás desenfrenado, con los cuerpos de alabastro de los bailarines que se convulsionaban al ritmo de la percusión de cientos de tambores, bajo las estatuas de los dioses Amón y Nut que desde algún lugar no corpóreo de la sala se entremezclaban como humo de ámbar y almizcle, rodeados de la excitación de los miles de presentes que silbaban como rugidos, que eran una sola voz de jadeos, risas, cantos y gritos, me agarró del pelo firmemente, como si fuese suya. Sentí en silencio que mi vientre se derretía en tres segundos largos como minutos. Me gustaba sentir sus manos rudas, agarrándome.

El aire llevaba perfumes de alcoba y de sudor. Si escuchabas atentamente, podías oír en intervalos de diez o quince segundos, los jadeos convulsionados de las culminaciones de algunos que llenaban el ambiente de sus espasmos corpóreos y espirituales. Como incensarios vomitando trozos de espíritu al cielo. Con un ligero movimiento de su otra mano sobre su ropa descubrió su enorme polla frente a mi cara. Otros tres segundos y mi vientre comenzó a convulsionarse.

Orgía en la antigua Roma

También le gustaba jugar. Sin soltar mi pelo me rodeó situándose detrás de mi, despacio, sin hablar. Seguía mirándome con una expresión tosca y yo lo agradecí. Se sentó detrás de mi. Me tocaba despacio, con mucha suavidad, haciendo que me sintiese como una nube. Deslizaba sus manos por mis pechos con mucha dulzura y entonces tiró de mi pelo firmemente hacia atrás haciendo que me inclinase levemente. Me mantuve en esa posición, obediente. Después me soltó un poco y siguió acariciándome, deslizando sus manos por mi cuerpo. Estaba tan excitada que el coño me dolía pero me mantenía inmóvil como un animal domesticado. Sentía como reprimía suspiros y yo me mojaba al notarlo. Y entonces la excitación se convirtió en enfermedad.

No había que hablar. Dos llamas moviéndose con un viento perturbado. Me puse a cuatro patas y miré hacia delante. Allí vi a mi guardia mirándome fijamente, dispuestos a reprimir a este macho al menor movimiento peligroso. Aparentaban seriedad pero yo sabía que, en el fondo, bebían a escondidas y no sólo me miraban por querer protegerme. Mientras notaba como él frotaba su glande despacio y dulcemente por mi sexo, me percaté de que también Hammal me miraba y en sus ojos podía ver todo lo que pensaba. Los dos los sabíamos.

Fragmento del Papiro Erótico de Turín

Ya no podía más y empece a balancear mi culo adelante y atrás, como una gatita en celo, que era lo que era. El movimiento me calmaba ligeramente las ganas de ser penetrada pero tenía ganas de chillar y frotarme desesperadamente. Sentía sus deseos y cómo en un arrebato, agarró su pene y, con firmeza, introdujo de golpe su capullo dentro de mi. Entró como si rebotase por dentro y lo saco de nuevo. Me agarró la cara con la mano firmemente, espero unos segundos y me volvió a penetrar, esta vez completamente, desgarrándome por dentro y sin poder yo reprimir un grito. Mientras, me mordía el hombro sin soltarme, como un tigre.

Entraba en mi cuerpo empujando mi fondo, con un ritmo frenético, mientras me agarraba de la cintura sin dejarme una opción de escapar. Me susurraba cosas indecentes al oído que me escandalizaban hasta notar como me ponía colorada mientras sus huevos rebotaban en mi culo. A la tercera vez que lo hizo me corrí, chillando entre el ruido de la multitud. Y a la vez que yo llegaba al clímax, otros jadeos retumbaron en la sala.

No me estaba follando, me estaba castigando con su polla. Me pegaba por dentro e intentaba reventarme, sin más. Entonces, sacó su falo de mí y, manoseándome, me dio la vuelta para derretirse en mi boca. Yo le miraba, obediente, con los ojos muy dulces, la boca muy abierta y la lengua muy mojada. Salió como si reventase, como lo hace el champán y me ungió desde la boca hasta el vientre, con un grito ahogado, de una leche espesa, blanca y dulce, haciendo que mi coño volviese a convulsionarse.

Fragmento del Papiro Erótico de Turín

Perdí el sentido de nuevo mientras volvía a sujetarme y a penetrarme violentamente. Los cánticos sacerdotales, la leche en mi cuerpo, el benjuí, mis manos en su culo, los salmos, mis tetas, las rosas, el no poder moverme, las estatuas, los gemidos, los inciensos, su polla frenética en mi vientre, los bailes, el silencio, las esfinges, los gritos, el Nilo, la carne, los dioses, los susurros, las salmodias, los suspiros reprimidos, los músicos, la gente, el vino, las risas, las tetas de las egipcias aplastadas contra el suelo, los contorsionistas, las pollas, los coños, el sueño, los tambores, las cortinas… las horas diurnas de aquél día las pase con su polla en mi vientre. – No quiero verte follando con otro, ¿me oyes? – me dijo mientras me cubría por detrás y me agarraba la cara con fuerza. – Si te veo follando con otro acabo con él y después te reviento con mi polla. – Me penetró un par de veces con fuerza y, aún con mi cara en su mano, me miró fijamente con sus ojos fríos y me dijo – ¿me has oído? – Volvió a penetrarme hasta el fondo un par de veces y volvió a preguntarme, muy serio – ¿me has oído? — Sí – respondí vacilante, era sólo un juego pero llegué de nuevo a colmar la excitación. Esperó a que mi vientre dejase de convulsionarse y sacó su gran miembro de mi sexo para derramarse de nuevo sobre mi, haciendo resbalar por mi espalda y mi culo su abundante leche caliente.