Volvió a aparecerse de nuevo, como un fantasma, dos noches después. Yo estaba hablando con unos soldados que me hacían reir. Me contaban anécdotas del ejército, dónde habían estado, qué les había pasado… Cuando él apareció uno de ellos me estaba relatando cómo, el pasado verano, tuvo que enfrentarse a un lobo. Yo le sonreía extasiada, ya que adoro las historias de mis hombres, sobre todo las que implican valentía y peligro.
Él se acercó, seguro, y se puso a hablar con uno de los hombres del grupo. Estaba serio y hablaba sin vacilación. Tenía ganas de que me agarrase de la cintura y me sodomizase allí mismo, frente a mis soldados, pero no se movió. Sin embargo, empecé a sentir en su energía algo que no fluía. Creo que eran celos y que, en el fondo, él tenía más ganas que yo de someterme frente a aquellos hombres y al resto de la sala. Aún no sabía su nombre.
Al cabo de unos minutos, la luz se apagó completamente y se hizo un silencio mortal. La sala principal del Templo de Nut medía más de medio kilómetro cuadrado y en ella, a lo largo de toda su superficie, se extendían metros y metros de alfombras mullidas y cojines de seda y terciopelo, imitando todos los colores. Dispuestas en filas horizontales y separadas por pasillos de varias brazas1) de ancho, desde el fondo de la sala hasta el extremo norte, donde me encontraba yo, se repartían pequeñas mesas en las que no faltaba el vino, el incienso y el ámbar, la comida, varias piedras de hachís y unas pequeñas velas que, ahora que la luz principal estaba apagada, le daban al ambiente un tono dorado y místico.
Al fondo de la sala, en el lugar donde yo me encontraba, se levantaba un enorme palco dorado de una vara2) de profundidad a la altura de unos 2 brazas1) sobre el suelo. Desde él podía ver completamente todo lo que sucedía en el templo y disfrutaba de una intimidad y protección difíciles de conseguir en otro lugar de la celebración. A su vez, la totalidad de la sala estaba recubierta en sus paredes por otro palco gigante, también de oro, que rodeaba el perímetro de la sala en su totalidad. Éste, sin embargo, no estaba destinado al desarrollo de la fiesta en sí, ya que se utilizaba como escenario para los cantantes y bailarines principales que desde allí podían centrarse en realizar su espectáculo sin riesgo de ser molestados por los participantes. El escenario no era regular y una de sus partes era más ancha y profunda ya que se había pensado como escenario principal. Hacia este lugar se dirigían en aquél momento todas las miradas.
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Ecnoie, primera bailarina sagrada de Egipto |
De forma lejana, un rumor de tambores y sistros se empezó a distinguir entre los silbidos y aplausos de los egipcios. Un haz de luz blanca iluminó el escenario principal dejando ver a contraluz la exuberante figura de una mujer. Todos los presentes sabían de quién se trataba. Era Ecnoie, la bailarina principal del reino, título que se había ganado por ser la mejor que, entre las mujeres, desempeñaba las artes de Polimnia y Terpsícore.
Permanecía inmóvil sobre el escenario cuando, otras luces iluminaron los palcos laterales, dejando ver otros cientos de bailarinas que también podían haber parecido estatuas, por su inmovilidad y porque su piel despedía brillos de pigmentos dorados y verdosos.
Timbales y tambores comenzaron a repiquetear con un ritmo desenfrenado que parecía mover las caderas de las bailarinas, perfectamente sincronizadas, desencajándose de forma antinatural y violenta. Era un baile extraordinariamente hermoso y desenfrenado, casi inhumano, que había dejado hipnotizados a todos los presentes. Con el nuevo compás, Ecnoie lanzó su cadera derecha, de forma titánica, hacia los presentes. Marcando el ritmo, hizo lo mismo con la izquierda. De repente, su cuerpo, de cintura para abajo, pareció ser poseído y comenzó a realizar movimientos automáticos, convulsiones del trance en que, sin duda, los dioses habían querido bendecirla atrapándola. Dando la sensación de que muchos de sus huesos se desencajaban de verdad, imaginabas el sonido de sus caderas, como los golpes que producen las piedras preciosas al chocar entre sí.
La música, producida por flautas, chirimías, trompetas, arpas, guitarras, címbolos y tambores, incrementó su velocidad y volumen lo que hizo que un escalofrío me recorriese la espalda. Los brazos de Ecnoie, que seguía manteniendo bajo su cintura aquél movimiento violentamente reptiliano, comenzaron a moverse de forma vaporosa, imitando las alas de un pájaro. Así, la mejor bailarina de Egipto rendía homenaje a los dioses Amón y Nut en la noche de su unión, representando el movimiento del ave y la cobra, símbolos de la divinidad, del arte y de los ciclos de la vida.
En ese momento sentí su respiración en mi oído. No dijo nada, sólo quería que sintiese sus jadeos de excitación , pausados, con un sonido sordo masculino y salvaje.
Noté su gran mano deslizarse ascendente por mi muslo hasta agarrar mi culo con firmeza. Después, con su otra mano y, a la vez que la poderosa voz de la bailarina principal recorría por primera vez los tímpanos de los presentes, me agarró del pelo y, tirando de él, me obligó a arrodillarme como una simple esclava.
Sin que me diese tiempo a reaccionar, introdujo su enorme glande en mi boca, mientras me miraba con una expresión tosca. Intentó reprimirse pero no pudo evitar un suspiro que hizo que, del placer, mi boca se llenase de saliva como respuesta, tanto que, sin haberlo hecho a propósito, resbalaba por mis pechos y caía hasta el suelo.
Sacando su polla de mi boca, el soldado de ojos verdes me puso entonces a cuatro patas y me penetró.
-“Quiero este culo para mi. Quiero follármelo cada día, ¿entiendes?”- Adoraba la firme voz con que me decía estas cosas (aunque, por otro lado, eran pocas las palabras que le había oído decir. Me preguntaba si hablaría igual fuera de la celebración, si sería capaz de agarrarme con esa firmeza en el caso de que le dejase venir a complacerme a palacio). – Quiero follarme tu culo todas las noches, ¿me estás oyendo?-.
-“Aún no sé cómo te llamas”-. Le respondí.
-“Me llamo Khaleb y te aseguro que me follaré tu culo cada noche”.-
Mientras me decía estas palabras, me penetraba violentamente por detrás. Sentía dolor y placer a partes iguales pero no hubiese querido que parase por nada del mundo. Miré a mi alrededor y vi al grupo de soldados con quien habíamos estado hablando minutos antes, masturbándose de forma violenta mientras nos miraban. En ese momento, mi vientre se convulsionó y no pude evitar explotar de placer, emitiendo un intenso grito que recorrió toda la sala, ahogando incluso el sonido de la música y los cánticos de Ecnoie y el resto de las bailarinas. Mientras me corría, él seguía repitiéndome una y otra vez -“me follaré tu culo cada noche”-.
Cuando sentí que su polla se convulsionaba dentro de mi y que su semen resbalaba por mis muslos, antes de que caer sobre los cojines y alfombras que teníamos a nuestros pies, murmuré sonriendo:
-“Que así sea”-.
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NOTAS:
Medidas de longitud:
(*1) braza – 1,80 metros
(*2) vara – 18 metros