Cuando la quinta luna del año alcanzó su fase vacía y Ra atravesaba el signo de Castor y Pólux, símbolo dual y mutable, me despedí de los míos.
Vestida acorde a los auspicios, me dirigí, con un pequeño séquito de tan sólo 20 personas encabezado por Adio, hacía la meseta de Giza. Frente a los frondosos palmerales de la ribera occidental del Nilo, la cohorte se situó frente a las gran pirámide, esperando las señales convenidas.
La Gran Pirámide dorada |
Bajo la iluminación de las antorchas, se iniciaron libaciones en almizcle y benjuí acompañadas de salmos sagrados. La invocación, preparada desde hacía días, se producía en un círculo sagrado de incienso que creaba una protección para el cortejo.
Los mejores miembros de mi ejército, músicos, cantantes y algunos sacerdotes, seleccionados cuidadosamente en base a la predicción, me acompañaban en el momento previo a mi muerte. La pirámide, que recubierta de caliza blanca y de finas láminas de oro y plata podía verse, incluso de noche, a varias horas de marcha1), se erigía lánguida y muerta.
De acuerdo a las crónicas del antiguo escriba sagrado, Adio, el gran sacerdote, arrojó las ofrendas a los cuatro puntos cardinales. A los varios minutos, se produjo la resonancia profunda de un silbido lejano, muy intenso, y la tierra tembló bajo nuestros pies. Una enorme nube de polvo, que tapó momentáneamente la mitad inferior de la pirámide, nos sorprendió mientras otro sonido, esta vez más cercano y profundo, aulló bajo la tumba.
Lentamente, el polvo se disipó y el mundo pareció cobrar de nuevo su natural equilibrio. Fue entonces cuando Adio procedió a abrir la puerta de piedra giratoria que componía la entrada al monumento milenario.
Bajada a la cámara subterránea |
Al adentrarnos en la pirámide, descendimos por un pasaje angosto de aproximadamente 2 por 2 codos reformados2). Frente a la comitiva, el sacerdote prendía pequeñas antorchas laterales del pasillo que avanzaba unas 15 brazas3) hacia el interior de la construcción. Al final del túnel, otro pasadizo más estrecho, de menos de 2 por 2 codos reformados, se enclavaba aún más en las profundidades del sepulcro.
La cámara del Caos
Se acercaba el momento de mi muerte y ello me excitaba. Sentía latir mi sexo cuando el sonido de los obóes dobles, laúdes y arpas entonaron una nota sagrada que se mantuvo suspendida en el aire durante varios segundos. Ante mis ojos, las paredes de la cámara que ante nosotros se extendía y que debía de medir menos de 1 vara de profundidad4), se abrieron para dejar paso a la comitiva.
En la cámara del Caos, Adio me ayudó a introducirme en el pozo cuadrado. Con un diámetro de 1 braza, en su interior se podían observar ahora una escaleras por las que descendí. -«Has de bajar tu sola«- me dijo, antes de perder a mi compañía y penetrar en el agujero.
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NOTAS:
Medidas de tiempo:
(*1) hora de marcha – 10.500 metros
Medidas de longitud:
(*2) codo reformado – 523,5 mm
(*3) brazas – 1,80 m
(*4) vara – 18 m