Bitácora de Selene; IV (6º parte) – Preludio

Todos los presentes se disponían de modo caótico, desorganizadamente, en el inmenso mar humano que se extendía ante nosotros. Licores y cachimbas con bebidas fermentadas y hongos alucinógenos, acompañadas de libaciones de fragancias exóticas, recorrían aquella vastedad . Una mujer se acercó a mi. Dijo llamarse Muk’ Yah y se ofreció a servirme de guía, lo cual, aunque agradecí, no me pareció del todo necesario. Bajamos del proscenio y paseamos entre los asistentes con lo que pude determinar de forma más precisa detalles que antes se me escapaban.

Y efectivamente la concurrencia ofrecía detalles que antes no había percibido. La mayoría estaban ebrios y se recreaban en diversiones dispares mientras gritaban y soltaban risotadas. Ahora, los individuos que se encontraban en la pirámide y el escenario se divisaban insignificantes.Era entretenido observar la variedad de adornos y ajuares que se lucían y que denotaban, por lo que parecía, diferentes categorías sociales. Desde plumajes, penachos, tatuajes, escarificaciones y piedras preciosas a carriolas llevadas por comitivas y comparsas de hombres, mujeres, bailarines o músicos dependiendo su número y ceremonia de la posición o rango del escoltado.

Algunas de las distracciones más ordinarias de los espectadores consistían en bailes, desnudamientos, apuestas, competiciones, retos, rifas o juegos de mesa. Sin embargo, a medida que avanzaba la noche y aumentaba la embriaguez, los entretenimientos fueron alterándose y tomando aspectos más carnales.

Advertí como el pueblo gozaba de cierta inclinación por juegos sexuales más intensos como fustigamientos, suspensiones, ataduras, asfixia, privación de los sentidos, perforaciones, fistings o juegos con comida y fluidos corporales. Mujeres de vaginas dentadas masturbaban a jóvenes que diseminaban su semen sobre la tierra, para fecundarla. La vírgenes derramaban la sangre de su desfloración violentadas por valiosos consoladores compuestos de joyas, mientras interpretaban dramatizaciones consagradas. Prostitutas sagradas y esclavos sexuales realizaban ofrendas con su propia sangre mientras, en trance, danzaban al ritmo de los tambores. Varios jóvenes ensartaban sus penes en un mismo hilo, uniendo su energía vital para ofrecerla a los disoes.

Mi guía me introducía en todo ello, explicándome su naturaleza y habilidad a la vez que me presentaba a muchos de los asistentes. Mientras avanzaba entre la multitud me sentía observada desde el púlpito.

Una de las personas a la que Muk’ Yah me presentó fue a Kaabil, un noble de complexión robusta y ojos cálidos con una gran destreza en el arte de las cuerdas. Tras varios minutos hablando con él me ofreció probar con él sus ataduras, a lo que accedí complacida. Me realizó un hermoso y complejo traje de cuerdas blancas que, liándose en mi cuello, se anudaban al rededor de mí en hileras horizontales y paralelas, uniéndose en la parte frontal de mi tronco formando anillas. Dos ejes de cuerdas verticales partían a su vez desde la parte superior de mi pecho, se introducían a través de mi entrepierna, y subían entre mis nalgas, para terminar, tras recorrer mi espalda, anudándose en mi nuca. Además, dos cabos de cuerda bajaban por ambos lados de mis caderas, realizando una vuelta a mitad de mis muslos, a modo de liga, y terminando atadas por un nudo en la parte exterior de los mismos, de forma que sus dos extremos colgaban sueltos haciendo de ligueros.

Me volví de nuevo hacia el proscenio; no podía evitar mirar hacia Suuk. Instintivamente, percibía de él algo que me llamaba la atención. Su forma de moverse era tranquila pero excesivamente firme. Estaba lejos y no podía distinguir bien su rostro pero en aquél momento caí en la cuenta de que él también me miraba.

En aquel momento, un ensordecedor ruido de tambores y ovaciones recorrieron la explanada. La tierra comenzó a vibrar tal y como lo hiciese cuando me introduje en la Gran Pirámide y, de pronto, el cielo se hizo más y más claro. Una enorme bola de luz se erigía en él. Crecía y disminuía y cambiaba de color alternando del rojo al verde y al azul de modo aleatorio. Kukulkán.