Efectivamente, como algún sabio dijo en algún momento perdido de esta historia, es la decadencia de Occidente.
Masas lúbricas, trastornadas según qué clásicos cánones, se desarrollan entre una viscosidad de fluidos y olores primales.
Cierta locura pervertida, de espíritus dislocados, que se vuelven a reunir en una oscuridad primigenia con luces de fuego y gemidos animales.
De alguna manera, todas sus mentes recuerdan subconscientemente haberse conocido en los albores de milenios pasados, cuando la carne también, corrompida, se oía en chasquidos pervertidos, haciendo saltar los gemidos de las profundidades de las almas.
Hermosa enfermedad, que hace estremecerse hasta al más insensible y derrite de placer al que es más humano.
Enferma la carne en el límite temporal de las mentes llevadas al extremo. Cuando se acaba la inocencia, aún seguimos buscando aquello que nos haga temblar.
Y ya estuvimos aquí, en otro lugar y otro tiempo, cuando el dolor era placer…
¿Recuerdas… oh, en Sodoma y Gomorra, viejo amigo, cuándo me hacías gritar?…
Y el sonido de los tambores se repite ciertas noches mientras los cuerpos, hoy, se entremezclan en las inmensas camas con olor a incienso y almizcle.
Allí nos conocimos, terminando la historia y aquí estamos de nuevo, acabando con esta civilización incivilizada.
Y no nos importa porque sabemos que todo volverá a empezar y que no es pecado buscar sentir en un mundo muerto.
Y espero, amigos, que volvamos a encontrarnos en el próximo apocalipsis y poder escuchar vuestros gritos de placer mientras las marcas impúdicas cruzan mi piel….