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La esfinge de Chac Mol |
Avancé por la sala que se extendía ante mí respirando con dificultad, debido a la alta temperatura y humedad de la habitación, en cuyo fondo, recubierto de oro y piedras preciosas reconocí una escultura familiar, la figura de Horus, mensajero de los dioses, o Chac Mol en lengua sagrada. La esfinge, con incrustaciones de nácar en uñas, dientes y ojos, me miraba, ansiosa. Posé mi mano sobre su cabeza y percibí gruñidos de animales que provenían de la lejanía.
Avancé hacia la puerta más cercana y la abrí. Ya no era de noche, el sol se aproximaba a su cénit y la luna se aproximaba a él. Ante mí se extendían las faldas de una enorme pirámide escalonada de una vara y media de cuerda de altura. Al igual que la gran pirámide de Keops, desde su superficie, que era plana y estaba coronada por un templo por el que yo comencé a descender, pude distinguir cuatro caras de las que constaba, cada una con una escalinata independiente.
La pirámide era protagonista de un gran número de edificios monumentales repartidos a lo largo de una gran llanura repleta de vegetación. A los pies del templo, cientos, quizá miles de personas se agrupaban. Según fui descendiendo por la escalinata, me di cuenta de que lo sonidos que minutos antes había creído de animales, eran aplausos, ovaciones y cánticos sagrados de la masa presente. Al final de la escalera, en una superficie rectangular a varios metros del suelo distinguí un grupo de seres zooformes y recordé que yo también me presentaba ataviada con cuernos de vaca y alas, según la representación clásica de Isis en Egipto.
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La pirámide escalonada |
Al llegar al pequeño tablado, observé que el bestiario reposaba en tronos de piedra y oro en torno a una mesa de jade en cuyo centro, hueco, se erigía una hoguera de pequeñas dimensiones. Un ser con aspecto de saurio me esperaba al llegar con una copa de la que me invitó a beber. A continuación me convidó a acercarme a una poltrona vacía coronada con cuernos de obsidiana. Las bestias charlaban animadamente y me sonrieron cálidamente al llegar, acto que les devolví agradecida. Sabía que los seres que me acompañaban habían seguido el mismo camino que yo para llegar hasta aquí y cada uno representaba una divinidad, según las sagradas profecías, que debía estar presente en el eclipse anular de Sol y la alineación de las Pléyades con el astro rey y la tierra, momento en que, por fin, la Serpiente Emplumada haría su aparición.
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Discos solares |
Observaba a mis acompañantes fascinada, intentando descifrar el ajuar que portaban. Dragones de varias colas, perros con largas lenguas y pinchos, cabras de grandes colmillos, bestias de dos cabezas, leones arqueros, peces alados, águilas de hueso o ranas con cuernos eran algunas de las formas que, entre otros animales más comunes, pude distinguir. No había ni un solo atisbo de servilismo en ellos, lo que me hizo sentir cómoda. Medio desnudos, muchos portaban en sus cabezas coronas de plumas de colores y símbolos de metal del astro sol y algunas divinidades antiguas sagradas. Sus falos y pechos estaban descubiertos y denotaban su excitación. En la indumentaria de todos ellos pude distinguir el ojo de Ra o disco solar alado.
Un gran número de ellos lucía grandes orejeras hechas de materiales como mica y jade a juego con collares, cinturones y penachos. En brazos y piernas, brazales de metal labrados se confundían con los dibujos y escarificaciones de su piel. Su dentadura, en ocasiones, era afilada y brillaba a la luz de la luna con colores imposibles reflejados por piedras preciosas.
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NOTAS:
Medidas de longitud:
(*1) Vara de cuerda – 52,5 metros