OTROS

VÓMITOS

LA POESÍA ES DOLOR

El poeta escribe. No para ser leído. Gusta desde que tiene uso de razón de buscar el más estremecedor de sus sentimientos. Ésa es la base del poeta. El estremecimiento. Sólo eso le calma.

No escribe porque quiere. Vomita.

Y si no vomita no hay poesía. Es la cantera de la maza.

Y es un dolor más hermoso que cualquier alegría. Porque el viento le susurra entre el pelo frases que las musas ya llevaron a sus oídos antes de morir otra veces.

Es un don que pocos conocen. El estremecimiento de vomitar sentimientos de forma tan dulce. Y esos sentimientos se tornan hermosos al pasar por el papel. Y cuanto más dolorosos son, más placer dan al que escribe.

Todo poeta es sumiso. Porque está entregado al vómito de su alma y lo espera anhelante. Una expresión involuntaria que satisface como un orgasmo. Un orgasmo que se percibe aunque no es ese su fin.

Es el dolor su mayor tesoro y lo que le guía.

Y las palabras son catárticas. Una vez escritas cambian esa emoción a través del placer.

El poeta es sumiso del capricho del arte. Y es masoquista porque sólo escribe al vomitar dolor. Dolor de belleza, dolor de fealdad. Pero es siempre dolor. Y sin él no hay poesía.

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LA PRIMERA ENTREGA

La primera entrega es como el primer amor. Tan pura. No cree el sumiso que puede terminar, así como el adolescente tocado por primera vez por la mano de Afrodita no distingue futuro.

Por eso es tan dulce y tan dolorosa. Por eso duele más pensar en las manchas que deja que en lo que se perdió.

Es el animal inocente que no conoce la mano del hombre.

Es irrecuperable. Esencial.

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POSITIVO

Vienes a mi puerta y me hablas. Me hablas como nos hablábamos antes de amarnos. No sospechas que es imposible. Que nunca seremos aquellos. Al menos mientras seamos nosotros. Y es hermoso haber podido ser nosotros. Y ser nosotros más que volver a ser aquellos.

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UN ABRAZO

Tu no entiendes nada. No ves que un abrazo es la única redención. En días como hoy me gustaría que supieses sentir. Pero los dioses te hicieron como eres y a mí como soy. Sólo para crear la mayor tragedia, la de un alma muerta y una muerta demasiado viva.

No hubo nunca una historia tan triste. Sin familias, sin venenos («El hada voló y él siguió con sus códigos»). Cada uno tiene lo que necesita.

Hoy sentada en al balcón, viendo amanecer, no me importa. Sólo vomito. Pero no lo entiendes.

En días como hoy me gustaría que supieses sentir. Te pierdes tanta belleza…

Un abrazo que nunca se dio. Una despedida inexistente. No entiendes. No entiendes que los dioses fueron más crueles contigo que conmigo. De alguna manera, tu también te regocijas en tu desgracia. Tu desgracia es no sentir. Pero no lo entiendes.

No está al alcance de los hombres concebir tu desgracia. Por eso te quise. Por eso te odié.

No hubo nunca una historia tan triste. La del amor amando a la muerte. La de la muerte matando al amor. Amor y Muerte. Concebidos para existir juntos y condenados a estar separados.

Pero prefiero ser amor. Y la muerte no lo entiende. Mejor para la muerte. Mejor para el amor.

El deseo de Litha

Sientes el instinto cuando has conocido al animal. E, inexorablemente, crece el deseo de volver a la selva. La esclavitud se convierte en adicción y se va comiendo, poco a poco, la luz. Es el espíritu que despierta. Mutación en una noche mágica, arcaica, que te hace volver a lo que no recordabas.

Deseo, de cualquier cosa, pero deseo. Puro, llano, simple. Llamando.

Se oye su susurro en el viento nocturno. Le suplico que me lleve y me pierda. Quiero madera en mi coño. Que me lleve. No puedo esperar.

Es una selva enredada de demonios que me encuentran ahora. Se les oye cuando no escuchas y te susurran que vuelvas, en lo profundo. Chillidos roncos bajo la luna de Litha.